hablar grande, hablar corriendo, hablar brillante
ejercicio 5: disparar las palabras como si fuesen balas.
Últimamente estoy en guerra con mi habla.
Todo lo que digo me parece insuficiente. Mediocre. Poco ingenioso. Ridículamente exagerado. Yo que siempre he cuidado y seleccionado minuciosamente las palabras que forman mi discurso – como esas señoras derechonas que seleccionan con esmero que joyas ponerse cada día – me encuentro ahora avergonzado del poco lustre que tienen mi lexicón y mi oratoria. Todo esto me atormenta, porque en realidad tengo muy claro que:
Si no digo algo espectacular, todos se olvidarán de mí.
Podría utilizar esta frase como epitafio. Podría ser perfectamente el nombre de mi biografía. Podría tatuármelo en la nalga izquierda. Podría incluso, hasta haberla dicho yo. Pero no. No se trata de una creación propia. Lamentablemente, no. Se trata del nombre de una exposición de pintura de la artista Natalia López de Oliva Mena, a la que aplaudo – a regañadientes – por su brillantez al crear semejante sintagma y por darme la idea para escribir este post.
Así me siento últimamente. Si no digo algo espectacular, todos se olvidarán de mí. He puesto mi valía – no sé si de manera acertada o desacertada - en el valor de mis palabras. Cuanto más divertido sea, más me querrá la gente. Cuanto más listo sea, más me admirará la gente. Cuanto más hable, más oídos ocuparé y más calará en las mentes de las personas a mi alrededor que tengo algo que contar y que merezco ser escuchado.
Tengo que ser magnética.
No soy un orador nato. Tampoco un escritor al uso. Todo este manejo mío de la palabra me resulta frustrante, porque un día blando las frases como si fuese un espadachín de primera, pero otras no para de caérseme el sainete y me siento torpe y ridículo. Sueño hasta el punto de convertir el sueño en pesadilla - y la admiración en envidia- que un día me despierto y tengo la claridad del discurso de Elisabeth Duval, la capacidad cómica de Carlos Herrero (aka @chenoaoficial), la dicción misteriosa de Plinio, el sarcasmo y la retranca de Isa Calderón, la elocuencia y brillantez de Andrea Gumes, la irreverencia y cultura de Popy Blasco… Todos hablan y escriben mejor que yo. Nadie se olvidará de todos ellos porque tienen el habla brillante. Yo sin embargo, por mucho que abrillante mi palabrera, a veces la siento oxidada.
Aun así, yo no me rindo. Lo intento una y otra vez. En cada conversación, intento colar una frase ingeniosa. En cada partida verbal quiero obtener un tanto. Estoy dispuesto a todo. No me importa anteponer la fantasía a la realidad si el resultado es una historia bien jugosa. Lo hago todo por la audiencia. Me expongo en canal y sazono mis entrañas con un chorrito de exageración si hace falta. Todo está permitido siempre y cuando el público aplauda.
Este delirio mío por ser el centro de las conversaciones me lleva muchas veces a hablar de más. A hablar gigante. A hablar corriendo. A hablar como una metralleta. Aún corriendo el riesgo de no ser entendido, de no vocalizar, de sonar pretencioso, de no ordenar las palabras y las frases con precisión me arriesgo a acelerar mi discurso por miedo a no ser capaz de colocarlo en la conversación. Por miedo a desaprovechar las partituras de palabras que suenan en mi cabeza. Esto de hablar rápido es muy yo, porque al final hablar rápido es muy maricón. Porque hasta hablar como hablamos, es un acto político.
Qué fuerte esta obsesión mía con las palabras. Me resulta extrañísima mi fijación por juntarlas para crear algo grande. Como un niño pequeño, me quedo fascinado cuando alguien consigue formar una frase que es un fresón de Huelva de lo bonita y de lo roja y de lo brillante que le ha quedado. Me enfado cuando un relato no avanza, no hechiza, no atrapa. Las palabras, los cuentos, los discursos, el habla… qué fuerte es todo esto chicas. La alegría que te da cuando escuchas o lees algo bonito y a la vez el enojo contigo mismo que brota por no haber sido el creador de esa belleza. Otro rollo…. Comunicarse es tan divertido. Prefiero hacer trenzas con vocablos que con el pelo de mis amigas. Prefiero ver como las palabras se atraen entre ellas que entrar en el juego de la atracción sudada un sábado noche de fiesta. Prefiero hablar, hablar y hablar a callar.
Hace unos días Virginia me mandó un stories de Irene Moray - otra genia de la palabra - que una vez más despertó en mí las ganas de haber escrito lo leído. Tras subir varios stories contando algún que otro chascarrillo sin mucha repercusión por parte de sus seguidores, Irene decía:
MI PREGUNTA ES: ¿DEBERIAN METER EN LA CARCEL A TODAS LAS CHICAS QUE NO ME HICIERON NI UN POQUITO DE CASO?
Virginia me dijo que eso podría perfectamente haberlo escrito yo. Yo pienso que también. Pero una vez más no lo hice y las palabras mías se transmitieron mediante las manos de otra.
Aún así estoy de acuerdo con Irene y no le guardo rencor. Si has llegado hasta aquí mereces la libertad. Si no, cadena perpetua.
Vaya mierda de final de newsletter otra vez más. No estoy brillante. No estoy elocuente. No estoy magnética. Si no digo algo espectacular todos se olvidaran de mi.
3,2,1…
Ya no sabéis quien soy.
Muak ❤️💋.
Os escribe,
Aitor.